miércoles, 30 de septiembre de 2009

PETRARCA, ALPINISTA

Hace un año empecé este blog, por insistencia y mérito de Nadna. Al pensar en los meses transcurridos, que asimilo a una lenta ascensión antes que a una fuga perpetua, me acuerdo de la excursión de Petrarca, curiosamente elegida por los historiadores como el acto inaugural del montañismo, la primera gesta alpina inspirada por motivos estéticos:

Impulsado por el deseo de contemplar un lugar célebre, un día del mes de abril del año 1336 el poeta Petrarca decidió ascender hasta la cima del Mont-Ventoux. Antes de partir piensa en un compañero de viaje pero ninguno le parece apropiado, unos por demasiado prudentes, otros por osados, o locuaces, o silenciosos, o lóbregos, o joviales. Su hermano, a quien comenta sus intenciones, acaba convirtiéndose en el compañero ideal, amigo y hermano a un tiempo. ‘Lo prolongado del día, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinación, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecían a los caminantes, sólo la naturaleza del lugar suponía un obstáculo’, explica Petrarca en una carta dirigida a Dionisio da Burgo. En una loma de la montaña dan con un anciano pastor que intenta disuadirlos del ascenso y les relata cómo cincuenta años antes, empujado por el mismo ardor juvenil, había ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga. La prohibición los espolea. Mientras su hermano intenta atacar la cumbre por el camino más recto, Petrarca opta por un trayecto más largo y descansado. Al coronar por fin la cumbre, la ligereza del aire y el escenario ilimitado le dejan privado de sentido. Las nubes a sus pies materializan lo que ha leído sobre el monte Atos y el Olimpo. Ante la cercanía de la noche, su compañero le apremia para partir y Petrarca siente que le han sacado de un sueño. Abre el libro que lleva consigo, las ‘Confesiones’ de San Agustín, regalo de su mentor Dionisio, y da por azar con la siguiente cita: ‘Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos’.

Petrarca intuye que la cita no es casual. Coronar la cima de una montaña debe ser algo más que coronar la cima de una montaña. Mira en su interior, como el pasaje le aconseja, y sus reflexiones convierten lo que inicialmente era una excursión ociosa y despreocupada en una metáfora de las penalidades de la vida espiritual. Durante el descenso permanece en silencio, ocupado en asuntos ambiguos y penosos. Compara su mente con un campo de batalla donde se libra una lucha agotadora. Según sus propias palabras no puede dejar de sentirse un hombre dividido, como todos nosotros desde entonces.

(Místicas gracias, Nadna)

viernes, 18 de septiembre de 2009

VARIACIONES SUIZAS (II)

No he podido resistir la tentación de poner mi partido de fútbol favorito, el que disputaron las selecciones de Alemania y Grecia en el estadio olímpico de Munich. Aunque a punto estuvo de jugarse en campo neutral (Suiza, por supuesto).
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martes, 15 de septiembre de 2009

VARIACIONES SUIZAS

En el pueblo suizo de Meiringen cruzas una puerta y apareces en una casa de la ciudad de Londres, en el 221 de Baker Street, la residencia de Sherlock Holmes. No lejos de allí, dos tramos de ascensión en telecabina te sitúan en la cima del Piz-Gloria, escenario del combate entre James Bond (el efímero George Lazenby) y la malvada organización Spectra en la película “007 al servicio secreto de su majestad”.

Cerca del pueblo de Meiringen, que alberga la réplica exacta de la vivienda del famoso detective, están las cataratas Reichenbach donde se sitúa el desenlace de ‘El problema final’, último relato protagonizado por Holmes y Moriarty antes de (supuestamente) morir ambos. Cuando uno se acerca a los impresionantes saltos de agua acaba viendo el escenario de la muerte de Sherlock Holmes, no el lugar en que Conan Doyle se inspiró para deshacerse (sin lograrlo) de su personaje más célebre. Del mismo modo, la vertiginosa subida al monte Schilthorn o Piz-Gloria se convierte, por efecto de la publicidad que bombardea al visitante desde el inicio de la ascensión, en un paseo por los decorados de una película de James Bond.

Cuando Marta y yo llegamos a la cima del monte Schilthorn me sorprendió ver que muchos visitantes, en lugar de salir al exterior para contemplar las maravillosas vistas del Eiger y el Jungfrau, enfilaban un largo pasadizo que llevaba a una sala de proyección por cuya pantalla desfilaban sin descanso imágenes de 007 en acción. En la sala a media luz los espectadores veían una filmación antigua del paisaje que tenían unos metros por encima de sus cabezas. La panorámica que ofrecía el restaurante circular resultaba para algunos desvaída en comparación con esas imágenes en technicolor que convocaba el proyector.

El mundo real infectado por la ficción. Un paisaje real (cuál no lo es) colonizado por la imaginación, devorado por ella y relegado a un segundo plano. No me desagrada. De hecho, en ocasiones, cuando observo los Alpes desde esos miradores estratégicamente situados tengo la impresión de que alguien ha estado abusando del photoshop.

jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS TUMBAS SUIZAS



He aprovechado los primeros días de septiembre para dar rienda suelta a mi monomanía literaria. Suiza es para algunos el país del chocolate, los relojes de cuco y las montañas nevadas. Yo la asocio a los últimos días de Borges, Rilke, Nabokov y tantos otros. Comenzamos nuestro itinerario en la ciudad de Ginebra. En la calle Rue de Rois, en la orilla izquierda del Ródano, lo que semeja un tranquilo parque ginebrino alberga las lápidas de los hombres ilustres de la ciudad. Entre ellas, extrañamente, la de Borges quien eligió para morir el mismo lugar donde vivió su adolescencia e inauguró su vocación literaria. Su lápida, remedo de una lápida antigua, muestra en bajorrelieve un grupo de guerreros nortumbrios, una cruz de Gales y un fragmento de un verso de un poema épico del siglo X, ‘La balada de Maldon’: ‘And ne forthedon na’ (‘Y que no temieran’). En la cara posterior de la lápida hay esculpida una nave vikinga y dos versos más (‘Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert’) pertenecientes a una saga noruega del siglo XIII. ‘El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos’, sería la traducción. La espada aludida es la que, para no ceder a la tentación carnal, coloca Sigurd entre él y la mujer pretendida por su cuñado. Los versos son los mismos que encabezan el único cuento de amor escrito por Borges. Recuerdo ese cuento porque en él el protagonista, Javier Otálora, conquistaba a Ulrica gastándole una broma atribuida a Schopenhauer. Ah, Borges y el amor.

Mientras rendía mi homenaje silencioso a aquél que abominaba de la cópula y los espejos, encontré junto a la tumba un libro de Castaneda abandonado allí por un aficionado al bookcrossing. Me lo llevé junto a una piedra de forma piramidal que me pareció perfecta para mi colección de fetiches.

Siguiendo nuestro particular itinerario, Marta y yo nos dirigimos al extremo opuesto del lago Leman para visitar el lugar que guarda el último vestigio físico de Vladimir Nabokov, a quien Borges ninguneó sin piedad. El cementerio de Clarens es un elegante camposanto rodeado por colinas de viñedos. Los nombres de Nabokov y de su esposa Vera (y las fechas que los delimitan) son el único adorno sobre una gruesa lápida de mármol azul. En la tumba de Borges alguien había plantado una rosa; pequeñas piedras adornaban la de Nabokov, junto a una postal de San Petersburgo y un recipiente de plástico que contenía billetes de distintos países. Sospecho que algo tenía que ver en ello el empleado que nos indicó la ubicación de la tumba, en cuya mirada creí percibir un cierto brillo mercantil. Muy cerca de Clarens está el castillo de Chillon, cantado por Byron en uno de sus poemas. Entre las múltiples inscripciones dejadas por los prisioneros y los visitantes, en una de las columnas de las mazmorras puede leerse la firma de un tal Byron. Mientras fotografiaba las letras grabadas en la piedra, de dudosa autoría, no pude evitar un nuevo pensamiento de sospecha dirigido al empleado del cementerio de Clarens.

El lago Leman tiene por supuesto otros atractivos, bonitos paisajes y demás, similares a los del lago de la ciudad de Zurich, cuna del Cabaret Voltaire y de alguna que otra pequeña isla entre cientos de sucursales bancarias y bufetes de especuladores. Junto al parque zoológico de Zurich, al final de una interminable cuesta, una verja da acceso a la residencia final de Elias Canetti y de James Joyce, vecinos de tumba. Joyce goza el privilegio de una estatua conmemorativa, con todos los complementos que le caracterizaban en vida: libro; cigarro; bastón y gafas de gruesos cristales. Está en posición sedente, con las piernas cruzadas y la espalda encorvada por el hábito de la lectura. Parece mirar con displicencia hacia el lugar que ocupa su compañero de viaje. Con semejante compañía, auguro al pobre Canetti una aburrida eternidad.



 
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