jueves, 25 de septiembre de 2008

NÁUFRAGOS

Robinson Crusoe fue mi primer libro. Hubo otros antes, pero no cuentan.

Mi condición de letraherido comienza con esa novela cuyo mágico título descubro ahora: “La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe de York, marino”. Lo leí con diez años, en una edición juvenil que acabó con el lomo rajado a fuerza de relecturas. En la portada, un hombre maniobrando sobre una almadía, rodeado de gaviotas, se aleja de la embarcación que naufraga a sus espaldas. Me veo contemplando extasiado esa imagen, ritual repetitivo que precedía mi inmersión en la lectura.
Ignoro cómo llegó hasta mí, si fue un regalo de mis padres o de algún otro familiar que sabía de mi afición por los libros. Sólo sé que le di la bienvenida con la sorprendida gratitud con que Robinson, sabiéndose único superviviente, recibe los objetos que le trae la marea. La enumeración monótona de esos objetos se convierte desde las primeras páginas en una letanía hipnótica (“dos o tres sacos de clavos y escarpias; una gran barrena; dos docenas de hachas y una piedra de afilar…”). Robinson inaugura su nueva vida haciendo inventario de los utensilios que el naufragio le ha dejado. Al nombrarlos, hace suya la isla y da vida a los que serán sus fieles compañeros de aventura (“…dos o tres palancas de hierro; dos barriles de balas; siete mosquetes; otra escopeta de caza; una pequeña cantidad de pólvora y un gran saco de perdigones…”). Esas listas desnudas se repiten a intervalos a lo largo de la novela, como un inocente balance, para dejar constancia de las pérdidas y ganancias. Tras el naufragio, Robinson rescata una pequeña colección de libros, varios de ellos escritos en portugués. Cuando, sumido en la desesperación, trata de comprender su penosa situación, abre uno al azar (imaginemos cuál) y encuentra las siguientes palabras: “Nunca te dejaré, ni te abandonaré”, que interpreta como dirigidas a él por una presencia protectora. Treinta años después abandona la isla y elabora la última lista detallada de sus pertenencias, sin hacer constar ninguno de aquellos volúmenes, que se pierden misteriosamente en el transcurso de la novela.

Encontré a Robinson en el momento preciso, al igual que él a Viernes. Supongo que su inventario personal me resultaba cercano. Sin haberlo elegido, también yo me encontraba perdido en un sitio que no era el mío y sentía el desarraigo como un sordo dolor sin nombre. Podría pensar que el voluntarioso Robinson me señaló el camino, la senda oculta que encauzaba mi futuro. Ahora, releyéndolo, entiendo que el libro de Defoe no es una celebración de la aventura, ni una novela de iniciación al uso. Robinson no conquista la isla, que permanece inexplorada hasta el final, su descubrimiento es de otra índole. El naufragio obliga a Robinson a mirar en su interior. En la soledad no se encuentra más que lo que se lleva a ella. Algo que desconocía antes de naufragar le permite transformar su desesperación inicial en aceptación de un destino que finalmente no entiende. La ‘horrenda isla’ del principio acaba convirtiéndose en ‘mi isla’, aunque en realidad el territorio que Robinson conquista es el de su propio albedrío. Descubriéndose, se adueña de su destino para llegar a ser libre en la porción de tierra en que ha sido confinado. De modo que cuando, después de 28 años, 2 meses y 19 días de penurias, regresa a casa algo le impulsa a hacerse de nuevo a la mar, tal vez la intuición de que sus raíces viajan con él. Entiendo que algo de eso quiso comunicarme Robinson en aquella primera lectura, ya lejana.

Al devolver a su anaquel la novela de Defoe, me pregunto si alguna vez volveré a releerla y entonces viene a mí la imagen de aquellos libros escritos en portugués y perdidos para siempre en una remota isla del Pacífico, a la espera de otra voz que los convoque.

1 comentario:

  1. cuando leia lo que escribias por momentos , no sabia quien escribia, robinson crusoe o vos, y pensaba a los mundos que nos introduce la literatura, y pensaba en la marcas de las lectura y las huellas de las primeras lecturas.....esos putnos de encuentro/espejo entre nosotros y esos personajes.Y recordaba que el primer libro que leí es el que inventaba mi padre todas las noches antes de que nos vayamos a dormir... hay huellas que nos constituyen

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ARTE DE LA FUGA by j. a. sánchez lorenzo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.