domingo, 22 de febrero de 2009

Nikolai Gogol - Herman Melville


1. Cuándo y en qué fecha Akaki ingresó en el departamento y quién le nombró para el cargo es algo que nadie recuerda. Entraron y salieron directores y jefes de negociado, pero a él le vieron siempre exactamente en el mismo sitio, exactamente en el mismo cargo, haciendo exactamente el mismo trabajo, a saber, la copia de documentos oficiales, hasta tal punto que con el tiempo se llegó a creer que evidentemente había venido a este mundo ya del todo preparado para esa tarea, con su uniforme de funcionario y la coronilla calva… Un director, que era buenísima persona y deseaba premiarle por su largo servicio, ordenó que se le diera una tarea más importante que la de un copista común y corriente…Aquello, sin embargo, le resultó tan penoso que quedó empapado de sudor y se estuvo enjugando continuamente la frente hasta que dijo por fin: “No, no puedo hacerlo. Lo mejor será que me den algo que copiar”.
(Nikolai Gogol. El capote)

2. Entonces recordé todos los tranquilos misterios que había notado en el hombre. Recordé que sólo hablaba para contestar; que aunque a intervalos tenía tiempo de sobra, nunca lo había visto leer –no, ni siquiera un diario-; que por largo rato se quedaba mirando, por su pálida ventana detrás del biombo, al ciego muro de ladrillos; yo estaba seguro que nunca visitaba una fonda o un restaurante; que nunca salía a ninguna parte; que nunca iba a dar un paseo, salvo, tal vez, ahora; que había rehusado decir quién era, o de dónde venía, o si tenía algún pariente en el mundo; que, aunque tan pálido y tan delgado, nunca se quejaba de mala salud. Y más aún, yo recordé cierto aire de inconsciente, de descolorida -¿cómo diré?- de descolorida altivez, digamos, o austera reserva, que me había infundido una mansa condescendencia con sus rarezas, cuando se trataba de pedirle el más ligero favor, aunque su larga inmovilidad me indicara que estaba detrás de su biombo, entregado a uno de sus sueños frente al muro… Yo podía dar una limosna a su cuerpo, pero su cuerpo no le dolía; tenía el alma enferma, y yo no podía llegar a su alma…
- ¿Quiere contarme algo de usted?
-Preferiría no hacerlo.
(Herman Melville. Bartleby, el escribiente)

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