jueves, 12 de marzo de 2009

¿A QUÉ SABE UN NÚMERO DE TELÉFONO?

Releyendo el caso del Sr. S. (A. R. Luria. Pequeño libro de una gran memoria) me convenzo de que su historia resulta más increíble que la del cuento que inspiró a Jorge Luis Borges. En el relato de Borges, Ireneo Funes adquiere, tras una caída accidental, una memoria prodigiosa. Es capaz de recordar cada minucioso detalle de cada impresión que sus ojos registran. (“Recuerda la forma de las nubes australes del amanecer del 30 abril de 1882 y las compara en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que vio una sola vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro…”). Su propia cara en el espejo y sus manos lo sorprenden cada vez que las mira. Se ve obligado a permanecer a oscuras para no añadir nuevas imágenes a su memoria atestada e implacable.
El vértigo de Funes es una versión literaria del que empezaba a experimentar el Sr. S. cuando se presentó en el laboratorio del psicólogo Luria allá por 1920. Trabajaba de reportero y le había enviado su jefe de redacción, sorprendido por su capacidad para memorizar los encargos que le hacía.
El Sr. S. experimentaba fenómenos de sinestesia. Cada frase escuchada suscitaba en él una imagen visual y una serie de impresiones simultáneas que le llegaban por distintos canales sensitivos. Para él, cada sonido tenía su propia forma, color y sabor. Las letras y números tenían en su mente misteriosas correspondencias: la “a” era algo largo y blanco; el número “8” tenía un aire inocente, de un azulado lechoso parecido a la cal. Estas impresiones, que evocan la poesía de Rimbaud, no eran en su caso expresiones poéticas sino una mera transcripción de percepciones subjetivas. En uno de los experimentos a que le sometió Luria, un sonido de 50 herzios le indujo la visión de una franja marrón sobre fondo oscuro, al tiempo que en su boca notaba un sabor a sopa agridulce.

Su pensamiento era visual, él veía lo que otros pensaban. Para memorizar largas listas de palabras utilizaba un método particular: visualizaba una calle, con frecuencia de Moscú, y colocaba en su recorrido las imágenes mentales que las palabras le suscitaban, situándolas junto a las casas, los portales y los escaparates de las tiendas. Después le bastaba con recorrer mentalmente la calle para enumerar la lista inicial, que era capaz de reproducir sin titubeos hasta quince años después de la primera memorización.
Las mismas habilidades que le permitieron ganarse la vida como mnemonista profesional, le ocasionaban numerosas dificultades en su vida diaria. Al igual que a Funes, le resultaba difícil memorizar caras. A sus ojos, los cambios de expresión de los rostros los hacía parecer rostros distintos. La simple lectura de un texto agolpaba tal cantidad de imágenes en su cabeza que éstas le impedían seguir el hilo con fluidez. Leer y comer al mismo tiempo se le antojaba imposible porque el sabor de la comida interfería en la comprensión del texto. En una ocasión, al leer un cuento de Gogol en el que se mencionaba un porche, reconoció ese porche como perteneciente a otro cuento del mismo autor y le vino la imagen de los personajes de ambos cuentos juntos bajo ese porche, una especie de comunicación secreta entre las dos historias que Gogol hubiese celebrado.
Esa avalancha de percepciones y de imágenes vívidas le llevaba a confundir en ocasiones su mente con el mundo real. Con sólo imaginarse a sí mismo corriendo detrás de un vehículo en marcha, sus pulsaciones aumentaban hasta alcanzar las propias de una actividad física intensa. El extraño mundo que él Sr. S. habitaba se resume en una de las extravagantes frases que Luria le atribuye en el libro que le dedicó: ‘Puedo recordar un número de teléfono siempre que sepa su sabor’.

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ARTE DE LA FUGA by j. a. sánchez lorenzo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.