


(J.J. Millás. Suerte)
2. Salí de casa silbando. ¿Acaso es de extrañar que, sin el freno de un desagradable estado de ánimo que, como solía ocurrir antes, me habría impedido al menos durante unos días nuevos excesos, me embriagara inmediatamente y causara un daño irreparable a una viuda? Y cuando al día siguiente me desperté de un humor espléndido, me era ajena toda duda de carácter moral o la más leve molestia fisiológica. En cambio, mi gatito presentaba un aspecto lamentable. Se tambaleaba, tenía hipo, sufría, y en sus pupilas opacas se reflejaba un doloroso remordimiento de conciencia. Fui corriendo a buscar una cerveza para el gatito, le llené el platito y, mientras le veía beber ávidamente, me puse a reflexionar. No cabía duda de que, o bien por agradecimiento, o bien por piedad, el gatito tomaba como suyos todos mis pecados o, mejor dicho, sólo sus consecuencias morales y físicas, dejando la parte más atractiva para mí. Tal vez, a pesar de ser de una especie diferente, pero al fin y al cabo también animal, estaba emparentado con aquel chivo que los antiguos judíos, tras cargarlo con sus pecados, echaban al desierto para que de esta manera les eximiera y liberara de aquel peso repugnante.
(Slawomir Mrozek. El pequeño amigo)
3. Cuando iba paseando hacia su casa, fumando un cigarrillo, dos muchachos vestidos de etiqueta se cruzaron con él. Oyó a uno de ellos cuchichear al otro: 'Es Dorian Gray'. Recordó cómo le gustaba antes que la gente le señalase con el dedo, le mirase o hablara de él. Ahora le cansaba oír su propio nombre.
(Oscar Wilde. 'El retrato de Dorian Gray')