jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS TUMBAS SUIZAS



He aprovechado los primeros días de septiembre para dar rienda suelta a mi monomanía literaria. Suiza es para algunos el país del chocolate, los relojes de cuco y las montañas nevadas. Yo la asocio a los últimos días de Borges, Rilke, Nabokov y tantos otros. Comenzamos nuestro itinerario en la ciudad de Ginebra. En la calle Rue de Rois, en la orilla izquierda del Ródano, lo que semeja un tranquilo parque ginebrino alberga las lápidas de los hombres ilustres de la ciudad. Entre ellas, extrañamente, la de Borges quien eligió para morir el mismo lugar donde vivió su adolescencia e inauguró su vocación literaria. Su lápida, remedo de una lápida antigua, muestra en bajorrelieve un grupo de guerreros nortumbrios, una cruz de Gales y un fragmento de un verso de un poema épico del siglo X, ‘La balada de Maldon’: ‘And ne forthedon na’ (‘Y que no temieran’). En la cara posterior de la lápida hay esculpida una nave vikinga y dos versos más (‘Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert’) pertenecientes a una saga noruega del siglo XIII. ‘El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos’, sería la traducción. La espada aludida es la que, para no ceder a la tentación carnal, coloca Sigurd entre él y la mujer pretendida por su cuñado. Los versos son los mismos que encabezan el único cuento de amor escrito por Borges. Recuerdo ese cuento porque en él el protagonista, Javier Otálora, conquistaba a Ulrica gastándole una broma atribuida a Schopenhauer. Ah, Borges y el amor.

Mientras rendía mi homenaje silencioso a aquél que abominaba de la cópula y los espejos, encontré junto a la tumba un libro de Castaneda abandonado allí por un aficionado al bookcrossing. Me lo llevé junto a una piedra de forma piramidal que me pareció perfecta para mi colección de fetiches.

Siguiendo nuestro particular itinerario, Marta y yo nos dirigimos al extremo opuesto del lago Leman para visitar el lugar que guarda el último vestigio físico de Vladimir Nabokov, a quien Borges ninguneó sin piedad. El cementerio de Clarens es un elegante camposanto rodeado por colinas de viñedos. Los nombres de Nabokov y de su esposa Vera (y las fechas que los delimitan) son el único adorno sobre una gruesa lápida de mármol azul. En la tumba de Borges alguien había plantado una rosa; pequeñas piedras adornaban la de Nabokov, junto a una postal de San Petersburgo y un recipiente de plástico que contenía billetes de distintos países. Sospecho que algo tenía que ver en ello el empleado que nos indicó la ubicación de la tumba, en cuya mirada creí percibir un cierto brillo mercantil. Muy cerca de Clarens está el castillo de Chillon, cantado por Byron en uno de sus poemas. Entre las múltiples inscripciones dejadas por los prisioneros y los visitantes, en una de las columnas de las mazmorras puede leerse la firma de un tal Byron. Mientras fotografiaba las letras grabadas en la piedra, de dudosa autoría, no pude evitar un nuevo pensamiento de sospecha dirigido al empleado del cementerio de Clarens.

El lago Leman tiene por supuesto otros atractivos, bonitos paisajes y demás, similares a los del lago de la ciudad de Zurich, cuna del Cabaret Voltaire y de alguna que otra pequeña isla entre cientos de sucursales bancarias y bufetes de especuladores. Junto al parque zoológico de Zurich, al final de una interminable cuesta, una verja da acceso a la residencia final de Elias Canetti y de James Joyce, vecinos de tumba. Joyce goza el privilegio de una estatua conmemorativa, con todos los complementos que le caracterizaban en vida: libro; cigarro; bastón y gafas de gruesos cristales. Está en posición sedente, con las piernas cruzadas y la espalda encorvada por el hábito de la lectura. Parece mirar con displicencia hacia el lugar que ocupa su compañero de viaje. Con semejante compañía, auguro al pobre Canetti una aburrida eternidad.



1 comentario:

  1. Mucho artista y mucho literato... ¡Una panda de evasores de impuestos es lo que eran los muy..!

    Anna

    ResponderEliminar

 
Creative Commons License
ARTE DE LA FUGA by j. a. sánchez lorenzo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.