lunes, 5 de enero de 2009

CARBÓN PARA JOVELLANOS

“Vivimos en un siglo en que la poesía está en descrédito”, confesaba Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez a su hermano Francisco, y a continuación procedía a atribuir la culpa a Góngora, que con su poesía hinchada y artificiosa había desviado el hasta entonces recto camino de la lírica. La carta continuaba con una curiosa descripción de lo acontecido en el Siglo de Oro:

“Ningún siglo crió tan prodigioso número de poetas como el pasado; en ninguno tuvo la poesía tan grande estimación... El mismo rey se complacía en hacer versos, y a su imitación no había persona que desdeñase un arte que hallaba estimación hasta en el trono. Pero esto mismo acabó de arruinar la poesía. Todos quisieron ser poetas en un tiempo en que se hacía granjería de los versos; y como para serlo al modo y gusto del tiempo no era menester otra cosa que un poco de ingenio, eran pocos los que no podían ser poetas. Creció ilimitadamente el número de los cultivadores de las Musas, y entre tantos era preciso que hubiese muchos despreciables y extravagantes, y lo que es peor, muchos que hicieron servir el lenguaje de los dioses a su ambición y a su codicia… Con esto empezaron poco a poco a ser aborrecidos o despreciados los poetas, y al fin el descrédito de los poetas se comunicó a la poesía.”

Y Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez, que tradujo a Milton y Racine y, entre otros cargos, ostentó en Sevilla el de alcalde del Crimen (merced a sus estudios de derecho canónico), procedió a enderezar el rumbo de la lírica ibérica con estos versos, dedicados a su hermano Francisco:

Se quejan mis clientes
De que pierden sus pleitos, pero en vano.
¿A mí que se me da, si siempre gano?

¿Eres locuaz? Pues métete a letrado:
Miente, cita, vocea, corta y raja,
Y serás, sin pensarlo, afortunado.

Logra tu fin y el medio no te asombre,
Que en esta edad tan cara a maravilla
Sólo cuesta muy poco hacerse hombre.

¡Cuántos no hacen fortuna por el pico!
Y aun sin él, con descaro y con pulmones,
La puede hacer también cualquier borrico.

Atruénalos con fieros latinajos,
Y ensarta acá y allá textos y citas,
Y haz pompa y vanidad de calandrajos.

Que así a tu voz tremenda no hará agravio,
Si por doctrina vierte espumarajos,
Ningún juez que pretenda hacer el sabio.

Nunca al sentido de la ley permitas
Que desluzca tu ingenio y travesura,
Pues lo que a él le das a ti lo quitas.

Pero, si a gloria tu afición te inclina,
Y a meter ruido y a llamar la gente,
darete yo una astucia peregrina:

Échate a canonista osadamente,
Y sabio de la noche a la mañana
Serás, y problemista de repente.

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