He comenzado el año leyendo las 'Prosas apátridas' de Julio Ramón Ribeyro, uno de esos cajones de sastre que acaban definiendo a su autor mejor que cualquier otro texto. Ahí va una muestra de su particular sentido del humor:
'Costumbre de tirar mis colillas por el balcón, en plena Place Falguière, cuando estoy apoyado en la baranda y no hay nadie en la vereda. Por eso me irrita ver a alguien parado allí cuando voy a cumplir este gesto. "¿Qué diablos hace ese tipo metido en mi cenicero?", me pregunto.
(La adicción de Ribeyro a la nicotina se narra en otro cuento delicioso titulado, precisamente, 'Sólo para fumadores' y editado recientemente por menoscuarto. Por supuesto, los no fumadores también disfrutarán de él)
Pues sí, aunque el camino está resultando más pedregoso de lo previsto, voy volviendo. Por otra parte ¿Qué tiene de humorístico esa manía que tiene la gente de meterse en nuestros ceniceros o, peor, instalarse en ellos?
ResponderEliminarDespués de fingir el orgasmo, fingía que se fumaba el cigarrillo de después.
ResponderEliminarO como diría Pessoa: finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente...
ResponderEliminarTienes razón. Esta otra "prosa apátrida" también lo retrata: "Al beber cambiamos sencillamente de lente y recibimos del mundo una imagen que tiene en todo caso la ventaja de ser distinta de la natural. En este sentido la embriaguez es un método de conocimiento. La embriaguez moderada, es decir, aquella que nos aleja de nosotros mismos sin abandonarnos..."
ResponderEliminarMuy bueno eso de fingir el cigarrillo de después de fingir etc.