viernes, 19 de septiembre de 2014
J. E. PACHECO - J. J. ARREOLA
1) Nunca he visto fantasmas. Llevé una
años enteros en el desmantelado
teatro de la memoria.
Transilvania o los páramos ingleses
fueron menos temibles que los sitios
en donde estuve bajo el sol con ella.
No hubo exorcismo contra aquel espectro.
Un día cesaron las apariciones.
Jose Emilio Pacheco
2) La mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las apariciones.
Juan José Arreola
domingo, 5 de febrero de 2012
CAVAFIS - GABRIEL FERRATER
1) EL SOL DE LA TARDE
Este pequeño cuarto, qué bien lo conozco.
Ahora lo han alquilado este y el de al lado
para oficinas, toda la casa ha sido tragada
por las tiendas de los mercaderes,
por compañías limitadas y agentes navieros....
ay, qué familiar es este pequeño cuarto!
Una vez aquí junto a la puerta, hubo un sofá
y delante de él una pequeña alfombra turca,
exactamente aquí. Y luego el anaquel con los dos
floreros amarillos, y a la derecha de ellos:
No. Aguarda. Frente a ellos (cómo pasa el tiempo)
el destartalado ropero y el pequeño espejo.
Y aquí en el centro de la mesa
donde siempre se sentaba a escribir,
y alrededor de ella las tres sillas de caña.
Cuántos años... Y junto a la ventana,
el lecho en que tan a menudo nos amábamos.
Aquellos viejos muebles
deben rondar ahora todavía alguna parte...
Y junto a la ventana, sí, el lecho.
El sol de la tarde llegaba hasta el centro de la cama.
Nos separamos una tarde a las cuatro,
por una semana nada más aquella misma tarde.
Jamás pensé que aquellos siete días
pudieran durar para siempre.
2) CAMBRA DE LA TARDOR
La persiana, no del tot tancada, com
un esglai que es reté de caure a terra,
no ens separa de l'aire. Mira, s'obren
trenta-set horitzons rectes i prims,
però el cor els oblida. Sense enyor
se'ns va morint la llum, que era color
de mel, i ara és color d'olor de poma.
Que lent el món, que lent el món, que lenta
la pena de les hores que se'n van
de pressa. Digues, te'n recordaràs
d'aquesta cambra?
"Me l'estimo molt.
Aquelles veus d'obrers - Què son?"
Paletes:
manca una casa a la mançana.
"Canten,
i avui no els sento. Criden, riuen,
i avui que callen em fa estrany."
Que lentes
les fulles roges de les veus, que incertes
quan vénen a colgar-nos. Adormides,
les fulles dels meus besos van colgant
els recers del teu cos, i mentre oblides
les fulles altes de l'estiu, els dies
oberts i sense besos, ben al fons
el cos recorda: encara
tens la pell mig del sol, mig de la lluna.
lunes, 16 de mayo de 2011
Olvidos sin importancia
La anécdota la cuenta el sr. Joaquín Rodríguez en su estupenda recopilación de letraheridos titulada ‘Bibliofrenia’: Theodor Mommsen, autor de más de mil quinientos libros y padre de dieciséis hijos, mostraba tal capacidad de concentración cuando se enfrascaba en la lectura que, en un viaje en coche de caballos hasta Berlín, molesto por los continuos llantos de un niño le solicitó que se identificara para poder recriminarle por su apellido. El pobre niño, sorprendido, le respondió: “¿por qué no me reconoces, papá?, soy tu pequeño Heinrich”. Confusión que el autor justifica con el siguiente argumento: ‘dieciséis obras biológicas y mil quinientas obras escritas son material suficiente para olvidar alguna de ellas’.
sábado, 30 de abril de 2011
La biblioteca de un caballero
viernes, 7 de mayo de 2010
Bora-bora
lunes, 3 de mayo de 2010
Aquí. Hoy
El caso es que el poema no aparece en las obras completas de Borges, ni en ningún otro de los libros que las complementan. Faciolince se lo entrega a reputados especialistas que lo juzgan apócrifo, entendiendo que es demasiado evidente. Se parece tanto a un poema de Borges, argumentan, que no puede ser suyo. Los hechos que Faciolince relata a continuación, sus peripecias en busca de la verdad recuerdan por momentos el clásico de A.J.A. Symons ‘En busca del Barón Corvo’. Su aventura transcurre en diversas ciudades: París, Berlín, Mendoza, Iowa, Porto Alegre. Con el auxilio de una misteriosa benefactora experta en investigar rarezas desde su casa de Finlandia, en mitad de la nada, en medio de la nieve y de la niebla, a través de librerías de viejo, hemerotecas, llamadas telefónicas que le deparan pistas falsas e interrogatorios a testigos del pasado, va recuperando las diversas piezas del puzzle que no acaban de encajar hasta las últimas páginas. Por el camino, se hace con un rarísimo cuaderno publicado por Ediciones Anónimos con cinco sonetos inéditos de Borges, entre ellos el que su padre llevaba en el bolsillo cuando murió.
A lo largo del libro, para justificar la injustificable pérdida del poema copiado de puño y letra de su padre, Faciolince se empeña en recordarnos que la verdad suele ser confusa, que es la mentira la que tiene siempre los contornos demasiado nítidos. ‘Soy un olvidadizo, un distraído, a ratos un indolente. Sin embargo, puedo decir que gracias a que he tratado de no olvidar a esta sombra, mi padre… me ha ocurrido algo extraordinario: aquella tarde su pecho iba acorazado solamente por un frágil papel, un poema, que no impidió su muerte. Pero es hermoso que unas letras manchadas por los últimos hilos de su vida hayan rescatado, sin pretenderlo, para el mundo, un olvidado soneto de Borges sobre el olvido’.
AQUÍ. HOY
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo
miércoles, 10 de marzo de 2010
Cuestiones de trámite
(Pere Calders)
viernes, 5 de marzo de 2010
Vila-Matas en Dublín
Se trata de títulos con vocación de nomadismo: desde Barcelona, la ciudad nerviosa, hasta Veracruz, pasando por París, que no se acaba nunca. El viajero que transita por sus líneas es un hijo sin hijos, un soltero empedernido vestido de domingo, un paciente explorador de abismos. Perder países es su empeño. Uno llega a pensar que tal vez no haya salido nunca de su casa, limitándose a viajar por las páginas ajenas y haciendo suyas las palabras de sus autores predilectos. Extraña forma de vida.
De momento, una casual combinación de los títulos de los libros de Vila-Matas me ha deparado este curioso acróstico publicitario:
Lejos de Veracruz
El mal de Montano
El viajero más lento
Doctor Pasavento
Una casa para siempre
Bartleby y compañía
La asesina ilustrada
Impostura
Nunca voy al cine
El viaje vertical
Suicidios ejemplares
Al sur de los párpados
domingo, 21 de febrero de 2010
Benjamín Prado - Alberto Caraco
1. Ser un escritor comprometido es serlo en segundo lugar con la política y en primer lugar con la propia escritura. Y no hay revolución que tenga la más mínima relevancia si no ha empezado por ser una insurrección contra el lenguaje, contra lo ya conocido o lo evidente.
(Benjamín Prado. Siete maneras de decir manzana)
2. Nuestras revoluciones son puramente verbales y cambiamos las palabras para tener la ilusión de que cambiamos las cosas
(Alberto Caraco. Breviario del caos)
sábado, 13 de febrero de 2010
El desierto alucinado de Annemarie Schwarzenbach
No he aprendido muchas cosas nuevas, pero lo he visto todo, lo he experimentado todo en carne propia, confesaba Annemarie Schwarzenbach durante su estancia en Afganistán. La suerte que la había protegido en sus viajes por Oriente Próximo al volante de su Ford, la abandonó mientras descendía una cuesta camino de Saint-Moritz. El seis de septiembre de 1942, durante un paseo, se cruzó con una amiga que iba en bicicleta. Intercambiaron unas palabras, Annemarie le prestó su coche de caballos a cambio de la bicicleta y se alejó pedaleando. En una cuesta pronunciada se soltó de manos, perdió el control y salió despedida por encima del manillar golpeándose la cabeza con una roca. Su cuerpo herido junto a la carretera encontraba por fin su destino de ángel devastado. El apelativo corresponde a Thomas Mann, quien en una sobremesa sentenció, mirándola a los ojos: ‘Si usted fuera un hombre, debería ser declarado excepcionalmente hermoso’.
Annemarie era amiga de los hijos del novelista, Klaus y Erika. Para ellos era ‘la Princesa Miro’. Klaus fue su compañero de adicciones y Erika un doloroso amor contrariado. En la noche luminosa de Berlín, mientras el Parlamento ardía, Annemarie se desplazaba en un Mercedes buscando a Mops, su proveedora de morfina, como una sonámbula ajena al curso de la Historia. Había llegado a Berlín huyendo del opresivo ambiente familiar. La rama materna de la familia estaba emparentada con los Von Bismarck; los Schwarzenbach habían consolidado una inmensa fortuna con la industria de la seda. Durante su adolescencia, las rarezas de Annemarie la llevaron a la consulta del doctor Carl Jung. No encontró en el diván la paz anhelada. Annemarie buscaba un lugar donde perderse, 'una orilla que la devolviese a la infancia, a la tierra prometida'. Probó suerte en los paisajes narcóticos de Oriente. 'El oeste era el desierto, la infinita soledad del amanecer, la espinosa estepa de la conciencia'. Ebria de haschisch, describió en sus libros valles solitarios y desiertos de pesadilla. Contrajo matrimonio con un ambiguo secretario de la embajada francesa en Teherán. Las drogas y la literatura eran un resquicio en el burocrático hastío de la diplomacia. Se enamoró de una joven tuberculosa llamada Yalé, a quien rindió homenaje en su libro “Muerte en Persia”.
Junto a un estanque alargado, Annemarie recorrió el palacio de Cihil Sutun, que en afgano significa ‘cuarenta columnas’. Le sorprendió hallar sólo veinte. Extrañada, cruzó hasta la otra orilla de la corriente y divisó desde la lejanía las veinte columnas y su perfecto reflejo en el agua. En afgano, le dijeron, cuarenta significa una cantidad infinita. 'No me sentía preparada - escribe Annemarie-, para enfrentarme a la yerma vastedad asiática, cuya inmensidad, espanto, conmovedor despliegue de colores y férreo poder de destrucción no lograba calibrar... Sólo podemos llamar hogar a un espacio muy reducido.'
Tras su muerte, el nombre de Annemarie Schwarzenbach acabó siendo sólo un recuerdo en un libro de Carson McCullers. La escritora le dedicó su novela “Reflejos en un ojo dorado”. Cuando se conocieron en Nueva York, se enamoró de ella sin ser correspondida. Los manuscritos de Annemarie que no fueron quemados por su familia permanecieron ocultos hasta que un estudioso suizo, en los ochenta del pasado siglo, los rescató del olvido.